En nuestro recorrido por la carta de 1 Corintios, hemos visto cómo Pablo corrige los graves problemas de esta iglesia: divisiones, arrogancia, permisividad del pecado y falta de madurez espiritual. En el capítulo anterior, vimos la importancia de tratar el pecado dentro de la iglesia y la necesidad de la disciplina eclesiástica. Ahora, en 1 Corintios 6, Pablo nos lleva aún más profundo en lo que significa vivir como hijas de Dios, llamándonos a honrar nuestro testimonio, vivir en santidad y recordar que nuestros cuerpos ya no nos pertenecen, sino que han sido comprados por la sangre de Cristo.
Hoy en día, la iglesia enfrenta los mismos desafíos. Muchas veces, en lugar de vivir conforme a la voluntad de Dios, nos dejamos influenciar por la cultura del mundo. Se nos dice que la iglesia debe “adaptarse”, que la santidad es “relativa”, que el amor de Dios nos deja hacer lo que queramos, que no es necesario ser radicales en nuestra vida cristiana. Pero Pablo nos recuerda lo contrario: ser de Cristo implica vivir para Él en cada área de nuestra vida.
1. No deshonres el testimonio de Cristo – (1 Corintios 6:1-8)
”¿Osa alguno de vosotros, cuando tiene algo contra otro, ir a juicio delante de los injustos y no delante de los santos?” (1 Corintios 6:1)
Uno de los problemas que Pablo confronta en Corinto es el hecho de que los creyentes estaban llevando sus pleitos a los tribunales seculares en lugar de resolverlos dentro de la iglesia. Esto no solo exponía los problemas de la iglesia ante los incrédulos, sino que demostraba su falta de madurez y su incapacidad de vivir conforme a los principios de Dios.
Pablo les dice que esto no tiene sentido, porque los santos juzgarán al mundo e incluso a los ángeles (v.2-3). ¿Cómo es posible que no sean capaces de resolver sus propios conflictos?
Aplicación para nosotras:
• No permitamos que nuestras diferencias sean motivo de escándalo. Cuando peleamos entre hermanas y buscamos justicia de manera carnal, estamos dañando el testimonio de Cristo.
• No expongamos la iglesia al ridículo. En la era digital, muchas cristianas ventilan sus problemas en redes sociales, criticando a otros creyentes públicamente. Esto solo daña la unidad del cuerpo de Cristo y hace tropezar a los débiles en la fe.
• Es mejor sufrir la injusticia que deshonrar el nombre de Cristo. Pablo dice: ”¿Por qué no sufrir mejor la injusticia? ¿Por qué no ser defraudados?” (v.7). A veces, es mejor ceder nuestros derechos que dar un mal testimonio.
Si alguna vez has sentido el deseo de “ganar” una discusión a toda costa, pregúntate si es mejor ganar el conflicto o glorificar a Dios con tu respuesta.
2. Advertencia contra el pecado y la inmoralidad – (1 Corintios 6:9-11)
”¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os engañéis…” (1 Corintios 6:9)
Pablo es claro: quienes practican el pecado sin arrepentimiento no heredarán el reino de Dios. Y aquí menciona varias prácticas que caracterizan a los impíos:
• La fornicación (sexo fuera del matrimonio)
• La idolatría (amar cualquier cosa más que a Dios)
• El adulterio
• La homosexualidad practicada
• El robo
• La avaricia
• La borrachera
• La maldad y engaño
Hoy, muchas iglesias han suavizado estos temas. Algunos dicen:
👉 “Dios nos ama tal como somos.”
👉 “El pecado sexual no es tan grave.”
👉 “No podemos juzgar a nadie.”
Pero Pablo dice “No os engañéis”. El pecado no arrepentido separa del reino de Dios.
Pero el versículo 11 nos da esperanza:
“Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios.”
Este versículo nos recuerda el poder transformador del evangelio. No importa nuestro pasado, en Cristo hay nueva vida.
Aplicación para nosotras:
• No podemos normalizar el pecado. Muchas iglesias hoy evitan hablar de inmoralidad sexual porque es “ofensivo”, pero Pablo nos recuerda que el pecado lleva a la condenación.
• El evangelio nos transforma. Nadie está fuera del alcance de la gracia de Dios. No importa cuán sucio haya sido tu pasado, si estás en Cristo, Él te ha lavado y santificado.
• No te dejes engañar por el mundo. La cultura grita que “Dios nos ama tal como somos”, pero la verdad es que Dios nos ama demasiado como para dejarnos como somos.
3. Nuestros cuerpos le pertenecen a Cristo – (1 Corintios 6:12-20)
“Todo me es lícito, mas no todo conviene…” (1 Corintios 6:12)
Los corintios justificaban su pecado con frases como “Todo me es lícito”, pero Pablo responde:
• No todo conviene – No todo lo permitido es bueno para nuestra vida espiritual.
• No me dejaré dominar de ninguna – No podemos ser esclavas de nuestros deseos ni pasiones.
Luego, Pablo explica una gran verdad:
”¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?” (1 Corintios 6:15)
Los corintios justificaban el pecado sexual como algo normal, pero Pablo les recuerda que nuestros cuerpos no nos pertenecen, sino que son templos del Espíritu Santo.
“Huid de la fornicación… El que fornica contra su propio cuerpo peca.” (1 Corintios 6:18)
Este es un mandamiento claro: huir del pecado sexual. No dice “resiste”, sino “huye”.
Y termina con una verdad gloriosa:
“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.” (1 Corintios 6:20)
Nuestro valor no está en lo que el mundo dice. No somos mercancía, no somos objetos, no somos esclavas del pecado. Somos compradas por la sangre de Cristo.
Vivamos como mujeres santas
Este capítulo nos confronta en tres áreas:
1. Cuidemos el testimonio de la iglesia. No llevemos nuestros conflictos ante los incrédulos. Aprendamos a perdonar y a resolver nuestras diferencias con madurez cristiana.
2. No normalicemos el pecado. Dios ha transformado nuestras vidas, y no podemos seguir viviendo como el mundo.
3. Huyamos de la inmoralidad. Nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, no nos pertenece, le pertenece a Cristo.
Hermana, si eres de Cristo, tu vida debe reflejarlo. No eres parte de este mundo, no te amoldes a sus valores. Fuiste comprada con sangre. Vive como una hija de Dios, con santidad y con la esperanza de la gloria eterna.
“Sed santos, porque yo soy santo.” (1 Pedro 1:16)