Es una confesión difícil de hacer: muchas veces, en medio de las luchas diarias, la oración no es mi primera respuesta. Ante una crisis, suelo intentar resolver todo con mi propio entendimiento, buscando soluciones inmediatas, hasta que finalmente me encuentro agotada y frustrada. Solo entonces, me detengo y oro. Pero, ¿por qué dejamos que la oración sea nuestra última opción?
Kevin DeYoung lo describe perfectamente: “Con demasiada frecuencia recurrimos a la oración como último recurso, en lugar de ser la primera y mejor opción”. Estas palabras no son solo una observación; son una confrontación. Revelan algo profundo en nuestro corazón: no confiamos en Dios tanto como decimos.
Luchas personales: el peso del orgullo y la autosuficiencia
Puedo identificarme con esta lucha. Durante los años en los que enfrenté el cáncer, mi tendencia en ocasiones no era arrodillarme en oración, sino buscar información, soluciones y respuestas que pudiera controlar. Y aunque hay lugar para la acción responsable, mi corazón estaba dominado por el orgullo de querer tener el control. Pensaba: “Si hago esto o aquello, entonces todo saldrá bien”. Pero cuando las fuerzas me fallaron y las soluciones humanas no eran suficientes, comprendí algo que todavía hoy necesito recordar: la oración no es mi último recurso; es mi refugio constante.
Jesús dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Sin embargo, con frecuencia intento cargar sola con el peso de la vida, olvidando que Él es quien tiene la fuerza para sostenerme.
La oración como acto de humildad
Cuando no oramos primero, no solo estamos mostrando nuestra autosuficiencia, sino también nuestra falta de humildad. En 1 Pedro 5:6-7, leemos: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo, echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”.
La oración es un acto de humillación, un reconocimiento de que somos débiles y dependemos completamente de Dios. Cuando no oramos, estamos diciendo, aunque sea de forma implícita, que podemos manejar las cosas por nuestra cuenta.
Recuerdo una ocasión en la que mi esposo y yo enfrentábamos una decisión difícil en cuanto a nuestra familia. Intenté analizar todas las posibilidades, discutir pros y contras, y buscar consejo. Pero había olvidado algo esencial: llevar esa carga a los pies de Cristo. Una noche, mientras mi esposo dormía, me arrodillé y oré. No fue una oración elegante, sino un clamor desesperado: “Señor, no puedo con esto; guíame”. La paz que vino después de esa oración no llegó porque los problemas desaparecieron, sino porque recordé quién está realmente en control.
Ejemplo de Jesús: una vida de oración
Jesús es nuestro mejor ejemplo de dependencia en la oración. En los momentos de mayor presión, como en el jardín de Getsemaní, Él oró. “Padre, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). Su oración no fue un acto desesperado de último recurso; fue la respuesta natural de alguien que vivía completamente rendido a la voluntad del Padre.
¿Cómo podemos hacer de la oración nuestra primera respuesta? Aquí algunos pasos que me han ayudado:
1. Establecer hábitos diarios de oración: Orar no solo en los momentos de crisis, sino diariamente, como un hábito. Esto puede ser en la mañana, durante un paseo, o al final del día.
2. Orar antes de actuar: Antes de tomar decisiones, resolver conflictos o enfrentar retos, detenernos y pedir sabiduría al Señor. Santiago 1:5 nos anima: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”.
3. Involucrar a otros en oración: Compartir nuestras cargas con nuestra comunidad de fe y pedir que oren con nosotros. A veces, necesitamos que otros nos recuerden volver a Dios en medio de nuestra confusión.
4. Recordar la fidelidad pasada de Dios: Escribir en un diario o meditar en las formas en que Dios ha respondido oraciones antes. Esto fortalece nuestra fe para acudir a Él primero.
No podemos seguir viendo la oración como un recurso de emergencia. Necesitamos convertirla en nuestra primera y mejor opción, un reflejo de nuestra confianza en el Dios que todo lo sabe y todo lo puede.
Si estás luchando con esto, como yo lo hago frecuentemente, recuerda las palabras de Filipenses 4:6-7: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.
Que podamos aprender a acudir al trono de gracia no como un lugar al que llegamos exhaustos y al final de nuestra fuerza, sino como el primer lugar al que vamos, con la confianza de que allí encontramos todo lo que necesitamos.