El aborto hiere tu corazón y el de Dios: Mi testimonio.

Contar esto no es fácil para mí. Es una herida que me ha acompañado por años, una grieta profunda en mi corazón que solo Dios ha podido sanar.

Tenía 18 años cuando descubrí que estaba embarazada. Estaba terminando el 12° grado y lo único que pasaba por mi mente era cómo iba a hacer con un bebé siendo tan joven. Me sentía confundida, aterrada, como si estuviera atrapada en una pesadilla sin salida. Algo dentro de mí quería quedarme con él, pero mi amor propio, mi orgullo, mis planes, todo lo que yo creía importante en ese momento, me cegó. No estaba dispuesta a cambiar mi vida por un bebé. Así que tomé la peor decisión: acudir al pecado.

Solo una persona intentó detenerme compartiéndome la Palabra de Dios. Me mostró videos sobre la vida en gestación y versículos que dejaban claro que Dios conoce y forma a cada criatura en el vientre. Lloré al escuchar todo eso. Sabía que era verdad. Sabía que dentro de mí había una vida. Pero yo no era salva, no había nacido de nuevo, no me importaba la gloria de un Dios Santo. Endurecí mi corazón. Me convencí de que yo tenía el control, que esa era mi decisión, que mi vida era más importante que la de ese bebé.

El resto de las personas solo repetían frases como “es tu decisión” o “te apoyo en lo que elijas”. Y todas esas ideas feministas de “tu cuerpo, tu decisión” me empujaban aún más hacia el abismo. Pero en lo más profundo de mi ser, yo sabía que no era solo mi cuerpo. Había otra vida dentro de mí, otra alma que no me pertenecía.

El día del aborto fue uno de los más horribles de mi vida. No solo por el dolor físico tan intenso, sino por la culpa que me consumía. Apenas terminó el procedimiento, un vacío indescriptible me invadió. Sentí que algo dentro de mí se rompía para siempre. No era solo mi bebé lo que había perdido, sino también mi paz, y añadí a mi enemistad con Dios. Me sentía sucia, rota, y era de esperar, porque había cometido un crimen que hirió profundamente el corazón de Dios. Pero aun así, no era un arrepentimiento verdadero. “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12).

Los años pasaron, pero la herida nunca cerró. Me atormentaba constantemente. Me preguntaba si hubiera sido niño o niña, cómo sería su carita, qué edad tendría ahora. Había noches en las que lloraba hasta quedarme dormida, sintiéndome la peor persona del mundo. Era una carga insoportable, un recordatorio constante de mi pecado.

Unos dos años después, rendí mi vida completamente a Cristo. Por primera vez entendí espiritualmente lo que realmente había hecho. Me quebranté como nunca antes. Perdí la cuenta de cuántas veces me arrodillé pidiéndole a Dios perdón y sanidad para mi corazón. Pero aunque sabía que Dios me había perdonado, yo no podía perdonarme a mí misma. Me seguía atormentando, sintiéndome indigna de su amor, de su gracia.

Llegué al punto de decirle:

“Padre, tú eres justo si decides no concederme la oportunidad de volver a ser madre, porque sé que no lo merezco. Pero por favor, dame tu gracia y, a través de tu perdón, concédeme otro bebé. Y si lo haces, te lo dedicaré todos los días de mi vida en gratitud.”

Dios, en su misericordia, escuchó mi oración. Diez años después, ya casada con el amor de mi vida, me concedió la bendición de ser madre nuevamente. Pero fue solo hace unos pocos años, en un momento de oración profunda, cuando sentí verdaderamente la paz de Dios abrazando mi corazón. No porque hubiera olvidado, sino porque finalmente entendí que su gracia es más grande que mi pecado.

Muchas mujeres han pasado por lo mismo. Conozco casos de mujeres que han tenido hasta seis abortos provocados y siguen en endurecimiento. Pero yo sé lo que es vivir con ese peso, con ese vacío, con ese dolor que no se va.

Mis amadas, el aborto es pecado. No importa cuán normalizado esté en el mundo, sigue siendo una tragedia delante de Dios. No solo es una herida para su corazón, sino para el nuestro. Nos destruye, nos deja cicatrices imborrables. Pero en Cristo hay perdón, restauración y una nueva oportunidad para vivir en obediencia.

No es fácil para mí hablar de esto, porque cada palabra es un recordatorio de mi pasado. Pero si tan solo una mujer se arrepiente, si tan solo una entiende la verdad antes de tomar esa decisión, entonces habrá valido la pena.

1 comentario en “El aborto hiere tu corazón y el de Dios: Mi testimonio.”

  1. 💕💕💕…. el mes pasado en enero estuvimos estudiando en el libro de Mateo, que aún los discípulos de Jesús los que habían visto más de cerca sus milagros, los que habían compartido mucho más tiempo con él, y habían recibido de sus enseñanzas…, ellos dice la palabra que huyeron, abandonaron al Señor, le fallaron, y le dejaron solo.., cuando Jesús fue injustamente acusado.
    Todos le fallaron.
    Esto me llevó a reflexionar, que no existe nadie, ninguna persona está excepta de pecado.
    Todos hemos fallado ante el Señor en algún momento de nuestra vidas.
    Y aún después de conocerle, también podemos fallar.
    Pero la gracia de Dios es suficiente!
    Podemos ser restauradas…y lo que una vez pensamos que el Señor no volvería a hacer en nuestras vidas…
    🌷estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo;🌷
    Filipenses 1:6
    Debemos aceptar el perdón de Cristo!
    Debemos aceptar la redención en el Señor🙌🏻, para poder ser sanadas.
    Fueron sus discípulos luego, quienes continuaron su obra, los que prefirieron morir extendiendo el evangelio, de la Gracia Salvadora!

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio