1 Corintios 5: La Pureza de la Iglesia y la Disciplina Bíblica

En nuestra continuación del estudio de 1 Corintios, llegamos a un capítulo que confronta con firmeza el pecado dentro de la iglesia y nos recuerda la seriedad con la que Dios llama a su pueblo a vivir en santidad.

En 1 Corintios 5, el apóstol Pablo trata un problema grave en la iglesia de Corinto: un caso de inmoralidad sexual que no solo era conocido, sino que estaba siendo tolerado por la congregación. En este capítulo vemos la importancia de la disciplina eclesiástica, no como un acto de condenación, sino como una muestra del amor de Dios por la santidad de su pueblo.


Un pecado tolerado dentro de la iglesia (1 Corintios 5:1-2)

Pablo no está hablando de un pecado oculto o de una lucha interna de algún creyente. Este era un pecado público, escandaloso y conocido por todos:

“De cierto se oye que hay entre vosotros inmoralidad, y tal inmoralidad cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre. Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?” (1 Corintios 5:1-2).

La iglesia no solo permitía este pecado, sino que se enorgullecía de su tolerancia. Hoy en día, esto sigue ocurriendo en muchas iglesias que han perdido la seriedad de la santidad de Dios y permiten el pecado bajo el disfraz de la “inclusión” o “amor”.

Pero la Escritura es clara: una iglesia que no confronta el pecado con amor y verdad está en peligro de corromperse completamente. Pablo les dice que, en lugar de enorgullecerse, debieron haber llorado y tomado medidas para corregir la situación.


La disciplina eclesiástica: un acto de amor (1 Corintios 5:3-5)

En los versículos 3-5, Pablo ordena que el pecador sea removido de la congregación:

“El tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.” (1 Corintios 5:5)

Esta frase puede sonar fuerte, pero no significa que la persona debe ser condenada al infierno, sino que, al ser apartada de la comunión de los creyentes, pueda experimentar el dolor del pecado y ser llevada al arrepentimiento. La disciplina en la iglesia no es venganza, es amor verdadero, porque su meta final es la restauración del pecador.

Así como un padre corrige a su hijo porque lo ama, Dios nos llama a disciplinarnos unos a otros dentro de su iglesia, para que no nos endurezcamos en el pecado.


El pecado es como la levadura: contamina todo (1 Corintios 5:6-8)

”¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?” (1 Corintios 5:6)

La levadura en la Biblia representa corrupción y pecado. Pablo dice que si se permite que el pecado permanezca sin ser confrontado, afectará a toda la iglesia. Un pecado tolerado se convierte en una puerta abierta para otros pecados.

Por eso, Pablo llama a la iglesia a limpiarse de la vieja levadura y vivir en sinceridad y verdad (v.8). Como creyentes, debemos examinar nuestras vidas, nuestras amistades y nuestras congregaciones.


¿Cómo debemos tratar a quienes viven en pecado dentro de la iglesia? (1 Corintios 5:9-13)

Pablo aclara que no está diciendo que los creyentes deben aislarse de los incrédulos del mundo, sino que deben separarse de aquellos que dicen ser cristianos pero viven en pecado sin arrepentirse.

“Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis.” (1 Corintios 5:11)

Este pasaje es crucial en tiempos donde muchas iglesias han adoptado la idea de que “Dios ama a todos tal como son” sin llamar al arrepentimiento. El amor de Dios nunca está separado de su santidad.

Si una persona en la iglesia vive en pecado continuo, sin arrepentirse y sin intención de cambiar, no podemos seguir tratándola como si nada pasara. Debemos amarla lo suficiente como para confrontarla, llamarla al arrepentimiento y, si se niega, apartarnos de ella hasta que regrese en humildad.


Dios nos llama a vivir en santidad, no porque seamos perfectos, sino porque somos apartados para Él.

1 Corintios 5 nos recuerda que la iglesia no es un club social ni un lugar donde simplemente nos sentimos cómodos. Es el cuerpo de Cristo, un pueblo santo que refleja su gloria.

• Si amas a alguien que está en pecado, no lo encubras, exhórtalo con amor.

• Si eres parte de una iglesia que no confronta el pecado, ora, habla con los líderes y si es necesario, busca una iglesia fiel a la Palabra.

• Si has vivido en pecado sin arrepentimiento, hoy es el día de volverte a Cristo. Su gracia es suficiente para limpiarte, pero no puedes seguir en una vida de desobediencia y llamarte cristiana.

Hermanas, que nunca nos conformemos con una fe tibia. Que busquemos la santidad con temor y temblor, confiando en Cristo, quien nos lavó con su sangre para presentarnos puras ante el Padre.

“Sed santos, porque yo soy santo.” (1 Pedro 1:16)

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