Mateo 5:1-12 El Sermón del Monte: Las bienaventuranzas.

¿Qué significa realmente ser bendecida?. Hoy la idea de “bendición” se ha distorsionado. Quizás pensamos que ser bendecidas significa tener una vida cómoda, sin problemas y llena de abundancia material. Pero al leer Mateo 5:1-12, las palabras de Jesús me confrontan con una verdad distinta. Las Bienaventuranzas nos muestran que las bendiciones del Reino de los cielos no se parecen en nada a lo que el mundo considera valioso.

En este pasaje, Jesús sube a un monte y comienza a enseñar. Estas primeras palabras de Su Sermón del Monte no son solo una lista de virtudes ideales, sino una descripción de las actitudes y características de aquellos que pertenecen a Su Reino. Es como si Jesús estuviera diciendo: “Esto es lo que significa vivir bajo el gobierno de Dios”.

Benditos los pobres en espíritu: Reconocer nuestra necesidad de Dios

La primera bienaventuranza nos dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (v. 3). Esto lo entendí hace muy poco, hoy la tendencia es a la autosuficiencia y el orgullo, pero Jesús nos llama a reconocer nuestra total dependencia de Dios. Ser pobre en espíritu es un acto de humildad que nos lleva a comprender que, sin Él, no tenemos nada, estamos en total banca rota espiritual, condenadas, separadas de Dios y sin esperanzas.

Esto me confronta: ¿estoy viviendo como alguien que depende plenamente de Dios (pobre en espíritu) o como alguien que confía en sus propias fuerzas? Jesús nos promete que aquellos que se humillan y reconocen su necesidad de Él reciben la bendición del Reino de los cielos.

Benditos los que lloran: El consuelo de Dios en medio del quebranto

“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación” (v. 4). Este versículo me hace reflexionar en cómo vemos el dolor y las pérdidas en nuestras vidas. A menudo queremos evitar el sufrimiento a toda costa, pero Jesús nos dice que hay bendición incluso en el llanto. ¿Por qué? Porque es en nuestro quebranto que encontramos el consuelo de Dios.

Ayer mientras estudiaba la sección de preguntas y respuestas del Instituto de Integridad y Sabiduría en el que estoy cursando, el Pastor Miguel Núñez puso la siguiente ilustración:

Si tú preparas un viaje con tu familia para ir a la playa, todos emocionados, preparan mucha comida y llevan sus bloqueadores solares. Pero al llegar a la playa comienza una gran lluvia con truenos, todo se arruina, se moja la comida y se vuelve un desastre, ¿ no sería tu mayor anhelo regresar a casa donde te espera el calor y la tranquilidad?

Pues eso sucede cuando las cosas se nos dificultan en esta vida. Nos hacen poner la mirada en nuestro verdadero hogar, y nos produce anhelo por Dios, quien es nuestro lugar de verdadera paz.

Jesús no nos promete una vida sin dolor, pero sí promete estar con nosotros en medio de él. Este consuelo no es temporal ni superficial; es profundo y eterno, proveniente del Padre que nos ama.

Benditos los mansos

“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad” (v. 5). En una cultura que celebra la agresividad y la ambición, Jesús exalta la mansedumbre. Ser manso no significa ser débil, sino tener una fortaleza que se somete al control de Dios.

¿Cómo estoy respondiendo a las situaciones difíciles? ¿Con ira y orgullo o con mansedumbre y confianza en el Señor? Jesús promete que los mansos, aquellos que confían en Su justicia en lugar de buscar la suya propia, recibirán la herencia eterna.

Benditos los que tienen hambre y sed de justicia

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados” (v. 6). Esta bienaventuranza me recuerda que nuestra satisfacción no viene de las cosas del mundo, sino de buscar a Dios y Su justicia. Tener hambre y sed de justicia es desear que Su Reino sea establecido, primero en nuestro corazón y luego en el mundo.

Esto me lleva a preguntarme: ¿qué estoy deseando? ¿Es mi corazón consumido por un anhelo de conocer y obedecer a Dios, o estoy buscando satisfacerme con cosas temporales?

Benditos los misericordiosos:

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos recibirán misericordia” (v. 7). La misericordia no es solo sentir compasión, sino actuar en favor de los demás con gracia, incluso cuando no lo merecen. Es el reflejo del carácter de Dios, quien nos mostró Su misericordia al enviarnos a Cristo.

Esta bienaventuranza me confronta porque, muchas veces, mi tendencia es ser crítica o exigir justicia para otros, mientras clamo por misericordia para mí. Jesús nos llama a extender la misma gracia que hemos recibido. ¿Somos rápidas para perdonar, para aliviar la carga del prójimo, para actuar con compasión? Aquellos que son misericordiosos experimentan la dulzura de la misericordia de Dios en sus propias vidas.

Benditos los de limpio corazón: Una vida de integridad

“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios” (v. 8).

Esta bienaventuranza me recuerda que solo un corazón transformado por el evangelio puede buscar a Dios con sinceridad. Ver a Dios no es solo una promesa futura, sino también una realidad presente: cuando nuestro corazón está alineado con Él, lo reconocemos en cada detalle de nuestra vida. Cristo nos hace querer ser limpias de toda maldad.

Benditos los pacificadores:

“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (v. 9). En un mundo marcado por el conflicto y la división, Jesús nos llama a ser agentes de paz. Ser un pacificador es buscar reconciliación y unidad en amor, apuntando siempre a la paz que solo Cristo puede dar.

Esto me desafía: ¿Estoy promoviendo la paz en mis relaciones, en mi iglesia, en mi comunidad? Ser pacificadores refleja nuestro estatus como hijas de Dios, porque mostramos al mundo el carácter de nuestro Padre celestial.

Benditos los perseguidos por causa de la justicia: La recompensa eterna

“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (v. 10). Esta bienaventuranza parece contradictoria a nuestros ojos. ¿Cómo puede ser bendición sufrir? Pero Jesús nos recuerda que, cuando somos perseguidos por vivir conforme a Su justicia, estamos identificándonos con Él y Su Reino.

La persecución puede venir de diferentes maneras: burlas, rechazo, incluso violencia. Pero la promesa es clara: el Reino de los cielos pertenece a aquellos que están dispuestos a sufrir por la verdad. Esto me anima a recordar que el sufrimiento por Cristo nunca es en vano. Dios lo ve, lo valora y promete recompensarlo.

Bienaventurados sois cuando os insulten y persigan

“Bienaventurados seréis cuando por mi causa os insulten, os persigan y, mintiendo, digan toda clase de mal contra vosotros” (v. 11). Jesús pasa de hablar en general a dirigirse directamente a Sus oyentes. Nos dice que, cuando enfrentemos oposición por Su causa, debemos regocijarnos. ¿Por qué? Porque tenemos una recompensa grande en los cielos (v. 12).

Esto es completamente contrario a nuestra naturaleza. En lugar de desanimarnos o buscar venganza, Jesús nos invita a recordar que estamos en buena compañía: “Así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (v. 12). Vivir para Cristo siempre tendrá un costo, pero también una recompensa eterna que supera cualquier dificultad.


Mateo 5:7-12 nos llama a una vida que solo tiene sentido cuando vivimos con los ojos puestos en lo eterno. Ser misericordiosos, puros de corazón, pacificadores y dispuestos a sufrir por la justicia no es algo que podamos lograr por nosotras mismas. Solo cuando reconocemos nuestra bancarrota espiritual y dependemos de Cristo, podemos vivir de esta manera.

Que estas palabras de Jesús nos animen, sabiendo que las promesas de Dios son fieles y eternas. Vivir como ciudadanas del Reino no siempre será fácil, pero siempre valdrá la pena. ¡Regocijémonos y alegrémonos, porque nuestra recompensa está en los cielos!

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